viernes, 12 de junio de 2009

Dos versiones de La Cenicienta




Muchas veces has debido ver o leer la versión de Disney de este cuento de los hermanos Grimm o te han podido contar la versión de Carles Perrault.

Te traigo ahora la versión de James Finn Garner que, en sus palabras, es "políticamente correcta".

La Cenicienta / James Finn Garner


Erase una vez una joven llamada Cenicienta cuya madre natural había muerto siendo ella muy niña. Pocos años después, su padre había contraído matrimonio con una viuda que tenía dos hijas mayores. La madre política de Cenicienta la trataba con notable crueldad, y sus hermanas políticas le hacían la vida sumamente dura, como si en ella tuvieran a una empleada personal sin derecho a salario.
Un día, les llegó una invitación.

El príncipe proyectaba celebrar un baile de disfraces para conmemorar la explotación a la que sometía a los desposeídos y al campesinado marginal. A las hermanas políticas de Cenicienta les emocionó considerablemente verse invitadas a palacio, y comenzaron a planificar los costosos atavíos que habrían de emplear para alterar y esclavizar sus imágenes corporales naturales con vistas a emular modelos irreales de belleza femenina. (Especialmente irreales en su caso, dado que desde el punto de vista estético se hallaban lo bastante limitadas como para parar un tren.) La madre política de Cenicienta también planeaba asistir al baile, por lo que Cenicienta se vio obligada a trabajar como un perro (metáfora tan apropiada como desafortunadamente denigratoria de la especie canina).



Cuando llegó el día del baile. Cenicienta ayudó a su madre y hermanas políticas a ponerse sus vestidos. Se trataba de una tarea formidable: era como intentar apelmazar cuatro kilos y medio de carne animal no humana en un pellejo con capacidad para contener apenas la mitad. A continuación, vino la colosal intensificación cosmética, proceso que resulta preferible no describir aquí en absoluto. Al caer la tarde, la madre y hermanas políticas de Cenicienta la dejaron sola con órdenes de concluir sus labores caseras. Cenicienta se sintió apenada, pero se contentó con la idea de poder escuchar sus discos de canción protesta.



Súbitamente, surgió un destello de luz y Cenicienta pudo ver frente a ella a un hombre ataviado con holgadas prendas de algodón y un sombrero de ala ancha. Al principio, pensó que se trataba de un abogado del Sur o de un director de banda, pero el recién llegado no tardó en sacarla de su error.


-Hola, Cenicienta, soy el responsable de tu padrinazgo en el reino de las hadas o, si lo prefieres, tu representante sobrenatural privado. ¿Así que deseas asistir al baile, no es cierto? ¿Y ceñirte, con ello, al concepto masculino de belleza? ¿Apretujarte en un estrecho vestido que no hará sino cortarte la circulación? ¿Embutir los pies en unos zapatos de tacón alto que echarán a perder tu estructura ósea? ¿Pintarte el rostro con cosméticos y productos químicos de efectos previamente ensayados en animales no humanos?

-Oh, sí, ya lo creo -repuso ella al instante. Su representante sobrenatural dejó escapar un profundo suspiro y decidió aplazar la educación política de la joven para otro día. Recurriendo a su magia, la envolvió de una hermosa y brillante luz y la transportó hasta el palacio.


Frente a sus puertas, podía verse aquella noche una interminable hilera de carruajes: aparentemente, a nadie se le había ocurrido compartir su vehículo con otras personas. Y llegó Cenicienta en un pesado carruaje dorado que arrastraba con enorme esfuerzo un tiro de esclavos equinos. La joven iba vestida con una ajustada túnica fabricada con seda arrebatada a inocentes gusanos, y llevaba los cabellos adornados con perlas producto del saqueo de laboriosas ostras indefensas. Y en los pies, por arriesgado que ello pueda parecer, llevaba unos zapatos labrados en fino cristal.




Al entrar Cenicienta en el salón de baile, todas las cabezas se volvieron hacia ella. Los hombres admiraron y codiciaron a aquella mujer que tan perfectamente había sabido satisfacer la estética de muñeca Barbie que unos y otros aplicaban a su concepto de atractivo femenino. Las mujeres, por su parte, adiestradas desde su más tierna edad en el desprecio de sus propios cuerpos, contemplaron a Cenicienta con envidia y rencor. Ni siquiera su propia madre y hermanas políticas, consumidas por los celos, fueron capaces de reconocerla.

Cenicienta no tardó en captar la mirada errante del príncipe, quien se encontraba en aquel momento ocupado discutiendo acerca de torneos y peleas de osos con sus amigóles. Al verla, el príncipe se sintió temporalmente incapaz de hablar con la misma libertad que la generalidad de la población. «He aquí -pensó-, una mujer a la que podría convertir en mi princesa e impregnar con la progenie de mis perfectos genes, lo que me convertiría en la envidia del resto de los príncipes en varios kilómetros a la redonda. ¡Y encima es rubia!»




El príncipe se dispuso a atravesar el salón de baile en dirección a su presa. Sus amigos siguieron sus pasos en pos de Cenicienta, y todos aquellos varones presentes en la sala que contaban menos de setenta años de edad y no estaban ocupados sirviendo copas hicieron lo propio.

Cenicienta, orgullosa de la conmoción que estaba causando, avanzaba con la cabeza alta, adoptando el porte propio de una mujer de elevada condición social. Pronto, sin embargo, resultó evidente que dicha conmoción se estaba convirtiendo en algo desagradable o, al menos, susceptible de producir disfunción social.

El príncipe había declarado de modo inequívoco a sus amigos que tenía intención de «poseer» a aquella joven mujer. Su determinación, no obstante, había Irritado a sus compañeros, ya que también ellos la codiciaban y pretendían poseerla. Los hombres comenzaron a gritarse y empujarse unos a otros. El mejor amigo del príncipe, un duque tan robusto como cerebralmente constreñido, le detuvo a medio camino de la pista de baile e insistió en que él sería quien consiguiera a Cenicienta. La respuesta del príncipe consistió en un rápido puntapié en la Ingle, lo que dejó al duque temporalmente inactivo. El príncipe, sin embargo, se vio inmovilizado por otros varones sexualmente enloquecidos y desapareció bajo una montaña de animales humanos.


Las mujeres contemplaban la escena, espantadas ante aquella depravada exhibición de testosterona, pero, por más que lo intentaron, se vieron incapaces de separar a los combatientes. A sus ojos, parecía que no era otra que Cenicienta la causa del problema, por lo que la rodearon dando muestras de una nada fraternal hostilidad. Ella trató de escapar, pero sus incómodos zapatos de cristal lo hacían casi imposible. Afortunadamente para ella, ninguna de sus rivales había acudido mejor calzada. El estruendo creció hasta el punto de que nadie oyó que el reloj de la torre estaba dando las doce.

Al sonar la última campanada, la hermosa túnica y los zapatos de Cenicienta se esfumaron y la joven se vio nuevamente ataviada con sus viejos harapos de campesina. Su madre y hermanas políticas la reconocieron de Inmediato, pero guardaron silencio para evitar una situación embarazosa.


Ante aquella mágica transformación, todas las mujeres enmudecieron. Liberada del estorbo de su túnica y de sus zapatos, Cenicienta suspiró, se estiró y se rascó los costados. A continuación, sonrió, cerró los ojos y dijo:
-Y ahora, hermanas, podéis matarme si así lo deseáis, pero al menos moriré contenta.




Las mujeres que la rodeaban volvieron a experimentar una sensación de envidia, pero esta vez enfocaron la situación desde una perspectiva diferente: en lugar de perseguir venganza, comenzaron desprenderse de los corpiños, corsés, zapatos y demás prendas que las limitaban. Inmediatamente, empezaron a bailar a saltar y a gritar de alegría, pues se sentían al fin cómodas con su prendas interiores y sus pies descalzos.


De haber distraído los varones la mirada de su machista orgía de destrucción, habrían podido ver a numerosas mujeres ataviadas tal y como normalmente acuden al tocador. Sin embargo, no cesaron de golpearse, aporrearse, patearse y arañarse hasta perecer todos, desde el primero hasta el último. Las mujeres chasquearon los labios, sin experimentar remordimiento alguno.

El palacio y el reino habían pasado a ser suyos. Su primer acto oficial consistió en vestir a los hombres con sus propios vestidos y afirmar ante los medios de comunicación que los disturbios habían surgido cuando algunas personas amenazaron con revelar la tendencia del príncipe y de sus amigos al travestismo. El segundo fue fundar una cooperativa textil destinada únicamente a la producción de prendas femeninas confortables y prácticas. A continuación, colgaron un cartel en el castillo anunciando la venta de CeniPrendas (pues así se denominaba la nueva línea de vestido) y, gracias a su actitud emprendedora y a sus hábiles sistemas de comercialización, todas -incluidas la madre y hermanas políticas de Cenicienta- vivieron felices para siempre.

Garner, J. F. (1995).Cuentos infantiles políticamente correctos. Barcelona: Circe.
[Traducido del inglés por Gian Castelli Gair]

Observa ahora la versión de Nunila López y Myriam Cameros llamada "La Cenicienta que no quería comer perdices".




Ahora que has leído y visto dos versiones distintas de este cuento, por favor, entra en el foro del curso, lee lo que han escrito tus compañeros y deja tu comentario sobre lo que al menos dos de ellos hayan planteado (debes citarlos) y sobre las preguntas que hago al respecto.

jueves, 11 de junio de 2009

Dos versiones de Blancanieves


Muchas veces has debido ver o leer la versión de Disney de este cuento de los hermanos Grimm. Te traigo ahora la versión de James Finn Garner que en sus palabras en "políticamente correcta".




Blancanieves de James Finn Garner


Blancanieves era una niña encantadora que provenía de un hogar desestructurado. Sus padres tenían serios conflictos de convivencia, con episodios puntuales cercanos a la violencia de género, por culpa de ciertos problemas de adicción de la madre que finalmente dieron al traste con la relación. Después de un intenso periplo judicial, la custodia de Blancanieves acabó recayendo en su padre, que unos años más tarde rehizo su vida con una nueva compañera sentimental.

Blancanieves aceptó la nueva relación de su padre de buen grado y siguió su vida como siempre, colaborando en movimientos sociales de vanguardia, organizando jornadas de resistencia con el movimiento okupa, de gran pujanza en aquel pequeño reino y, en general luchando con distintas organizaciones de izquierda por un mundo mejor y más justo.




La madrastra, que era de derechas aunque intentaba disimularlo con cierto aire centroreformista, quería que Blancanieves hiciera un curso de corte y confección por correspondencia o al menos acabara la ESO, pero “eso” no entraba en los cálculos de la chiquilla, cuya fuerte conciencia social y su ideal de lucha por la paz perpetua y el mejoramiento social de los más débiles, le impedían dedicarse a actividades tan reaccionarias. La madrastra tampoco soportaba el trajín constante de los amigos de Blancanieves por casa, ni que organizaran asambleas políticas en el living-room, lugar que dejaban siempre hecho un asco según los patrones caducos de limpieza de su clase social. Hasta tal punto llegó la tensión entre Blancanieves y su protofascista madrastra, que el padre se vio obligado a abrir un proceso de diálogo encaminado a acabar con la violencia verbal entre ambas. Blancanieves, que tenía un corazón de oro, prefirió no tensionar más la relación sentimental de su padre y decidió irse de cooperante a un bosque cercano, donde podría seguir trabajando por un mundo mejor sin necesidad de aguantar diariamente a semejante petarda.




En un bosque próximo a su aldea funcionaba una ONG compuesta por siete personas con disfunciones en el sistema hormonal del crecimiento, dedicada a luchar contra las multinacionales de la madera, que amenazaban con esquilmar los bosques del reino. Blancanieves entró rápidamente en contacto con la organización y quedó fascinada por la gallardía con que sus integrantes se enfrentaban al capitalismo depredador. En el acto formalizó su solicitud y se puso a trabajar con el resto de sus miembros en el programa de agitación social del pueblo, para inducirle a rebelarse contra quienes pretendían acabar con su derecho social al disfrute del paisaje.


Pero la madrastra, que, recordemos, era de derechas, no dejaba de interesarse por las actividades de la muchacha y estaba cada vez más alarmada con las noticias que le llegaban de su participación en acciones de comando contra las empresas madereras. Por eso, un buen día se disfrazó de anciana perteneciente a una minoría étnica y, acercándose a la sede de la ONG, entregó a su hijastra una jugosa manzana previamente rociada con un potente ansiolítico. En cuanto Blancanieves comió el jugoso fruto entró en un estado de letargo que le impedía el más mínimo esfuerzo intelectivo. Pasaba los días viendo el programa de Ana Rosa y los espacios vespertinos de testimonio, sin voluntad para seguir su prometedora carrera en el campo de la concienciación social, en el que tanto había destacado.



Las siete personas con disfunciones en el sistema hormonal de crecimiento empezaron a preocuparse cuando vieron a Blancanieves poniéndose rulos y a hablando con los ojos semientornados imitando a Belén Esteban. Pero cuando más profunda era la sima en que se encontraba su invitada, un príncipe acertó a pasar por delante de la sede de la ONG. Las siete personas con disfunciones en el sistema hormonal de crecimiento tenían cierta relación con el príncipe, pues aunque sucesor de una institución opresora y antidemocrática, era quien les pasaba la información de las rutas de los camiones madereros, con la cual los siete organizaban unas emboscadas maravillosas. Enterado de la tragedia, el príncipe les propuso que le dejaran darle un besazo a Blancanieves.


- Pero Alteza, ¿Cree que así se curará?


- Por supuesto que no estúpido, pero si no la beso ahora que está gagá perderé esa oportunidad para siempre.


Así que sin dar tiempo a que las siete personas con disfunciones..., etc. etc. etc. dijeran nada, se abalanzó sobre Blancanieves y le dio un beso a lo Gary Cooper, con tan buena fortuna que la capsulita de haloperidol que la malvada madrastra había logrado engarzarle en una caries se desprendió por completo. Al cabo de unas horas, pasados los efectos del veneno, Blancanieves volvía a ser la de siempre, pero con un deseo mucho mayor de mejorar el maldito mundo a causa del síndrome de abstinencia.


El príncipe se había enamorado de ella y le propuso abandonar la lucha callejera e irse con él a vivir a palacio, como pareja de hecho, a cuyo fin había ordenado al Patrimonio Nacional que le hiciera un hermoso palacete junto a la residencia de la familia real. Blancanieves, que también empezaba a sentir algo por el apuesto príncipe, aceptó con la condición de que antes de formalizar su relación de hecho tendrían que asistir a un cursillo de formación de cuadros que una de las siete personas con... impartía esa misma noche en el pequeño salón parroquial de la aldea.



El director del curso, por cierto subvencionado por la secretaría de estado de asuntos sociales del reino, tenía tanto prestigio entre la izquierda del lugar que le apodaban “El lenincito de la foresta”, aunque para abreviar todos le llamaban “Cito”. Esa noche, el príncipe se vio a sí mismo frente a sus propias contradicciones, aprendió a interpretar la historia de su pequeño reino en clave de lucha de clases, se familiarizó con el materialismo histórico y captó los rudimentos de la dialéctica progresista, fruto de lo cual salió del minicurso convertido en un rojazo coronado, especie por cierto no demasiado infrecuente en las monarquías de la época.



Blancanieves y el príncipe fueron a palacio y desde las escalinatas proclamaron la dictadura del proletariado en medio de un vibrante discurso que acabó congregando a la multitud. La gente se perdía cuando Blancanieves y el príncipe hablaban de los soviets, pero lo de expropiar todos los bienes a los ricos para repartirlos entre el pueblo le sonaba a música celestial. El rey, creyendo que su hijo se había vuelto completamente imbécil, recogió sus pertenencias, sus libretas bancarias y la playstation y abandonó el palacio por las mismas escaleras en las que su hijo se dedicaba a emular a una Scalett O’hara revolucionaria. Mientras bajaba junto a la reina, abdicó solemnemente proclamando al pueblo:


- Hala, aquí os dejo a este idiota con la corona. Que vaya bien.


Blancanieves y el príncipe, ya rey, convirtieron el antiguo reino en una Democracia Popular, Revolucionaria y Progresista, nacionalizaron todos los bienes de producción, expropiaron a las multinacionales todas sus pertenencias sin derecho a indemnización, prohibieron las manifestaciones religiosas y la maxi-hamburguesa de venado, destruyeron todos los restaurantes de comida rápida, crearon un impuesto para gravar las producciones cinematográficas de un famoso imperio enemigo y promulgaron un decreto aprobando el divorcio express.


Y todos, especialmente Blancanieves y su príncipe, fueron muy, muy, muy felices y comieron productos macrobióticos con pan de soja.


Observa ahora la versión de “Blancanieves Reina” de Evanescence, en video.



Ahora que has leído y visto dos versiones distintas de este cuento, por favor, entra en el foro del curso, lee lo que han escrito tus compañeros y deja tu comentario sobre lo que, al menos, dos de ellos hayan planteado (debes citarlos) y sobre las preguntas que hago al respecto.

Dos versiones de Caperucita Roja




Es muy probable que cuando eras pequeño tus padres, hermanos o familiares te leyeran cuantos, con los que disfrutabas muchísimo. Te ayudaban a divertirte o a conciliar sueños plagados de imágenes y aventuras.

Te traigo ahora unas versiones más contemporáneas (y no precisamente para niños) de los cuentos infantiles, políticamente correctos, escritos para adultos.

El primero de ellos es la conocida “Caperucita Roja”.




Tal vez tú conozcas las versiones de Charles Perrault o de los hermanos Grimm. La versión que te traigo es la de James Finn Garner y también se llama “Caperucita Roja”.




Caperucita Roja / James Finn Garner







Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representaba un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.

Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.

De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.

-Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es -respondió.

-No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.

Respondió Caperucita:

-Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial -en tu caso propia y globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.



Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.

Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:

-Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.

-Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.

-¡Oh! -repuso Caperucita-. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!

-Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.

-Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando, claro está, y a su modo indudablemente atractiva.

-Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.

-Y... ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!

Respondió el lobo:

-Soy feliz de ser quién soy y lo qué soy -y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.




Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.

Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnico en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.

-¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita.

El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.

-¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió Caperucita-. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?



Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.


Garner, J. F. (1995).Cuentos infantiles políticamente correctos. Barcelona: Circe.
[Traducido del inglés por Gian Castelli Gair]

Observa ahora la versión de “Caperucita roja” del caricaturista polaco Piotr Dumała (1983) de la filmoteca Narodowa, él la llamó "Caperucita negra".



Ahora que has leído y visto dos versiones distintas de este cuento, por favor, entra en el foro del curso, lee lo que han escrito tus compañeros y deja tu comentario sobre lo que al menos dos de ellos hayan planteado (debes citarlos) y sobre las preguntas que hago al respecto.